La cueva Ulari, habitada en el Neolítico reciente (3500 a.C.) es el testimonio más antiguo de la presencia del hombre en su territorio, situado entre 400 y 700 metros sobre el nivel del mar en la parte norte de la llanura de Sorres, a lo largo del valle del río Frida, al sur del monte Pelao. No en vano, el pueblo originario se llamaba Gruta (cueva), después el nombre se cambió a Borutta. El pequeño pueblo de Meilogu - menos de 300 habitantes- fue uno de los tres primeros municipios italianos en elegir (1946) una alcaldesa, Ninetta Bartoli. El símbolo del pueblo es la famosa iglesia de San Pedro de Sorres, reconocido como monumento nacional desde 1894. Junto con la basílica de la Santísima Trinidad de Saccargia, es uno de los lugares de culto más conocidos de Cerdeña. Construida entre los siglos XII y XIII, fue la catedral de la (antigua) diócesis de Sorres hasta 1505.
Desde 1950, la iglesia y el monasterio contiguo albergan una comunidad de monjes benedictinos. Durante la dominación aragonesa, la población arrasó Sorres y se instaló en Borutta, que se convirtió en residencia episcopal. La fiesta más sentida del pueblo es la que tiene lugar el 29 de junio: la población parte de la parroquia del pueblo hacia la antigua catedral (hoy monasterio) en procesión, disfrazados y a caballo. Hoy en día, el pueblo forma parte del conjunto de destinos de peregrinación de Cerdeña.
El monasterio actual se alza en el monte Sorrano, sobre la cueva Ulàri. En su interior se hallaron objetos de sílex y obsidiana, hachas, vajilla de cerámica y huesos humanos atribuidos a la Cultura de Ozieri (3500-2700 a.C.). Era frecuentado y utilizado como vivienda y lugar de sepulcro. Hoy alberga una de las colonias de murciélagos más grandes de Cerdeña, formada por cinco especies diferentes. Hasta hace pocos años, se extraía guano de la cueva. Los numerosos nuraghi son una prueba más de los asentamientos prehistóricos en la zona de Borutta. Mientras que la meseta de Punta 'e mura, con una serie de furraghes (masas de piedra caliza), es una prueba de arqueología industrial: representan un siglo de producción de cal.
El centro histórico se caracteriza por callejuelas con viviendas características, que han adoptado nombres "curiosos" en lengua sarda. En el interior, son sugestivas las fuentes del siglo XIX de Cantaru y Funtana: por tradición, la población recoge su agua y sigue utilizando el lavadero público. También merece la pena visitar el oratorio de Santa Cruz: construido en el siglo XII y remodelado hasta mediados del siglo XX, fue la rectoría original del pueblo dedicada a Santa María Magdalena. Ocasionalmente sirvió de sede catedralicia a los últimos obispos de Sorres.