Está enmarcada por un promontorio de granito en el extremo noreste de Asinara: se puede nadar en una piscina natural de ensueño, la única playa -¡y qué playa! - de la zona protegida donde sea posible. La visita a Cala Sabina será una experiencia inolvidable por la arena blanca muy fina, tan suave que parece harina, donde podrás tumbarte y relajarte, por la claridad y tonalidad de sus aguas, que varían entre el celeste, el azul y el verde claro; y por los fondos marinos sin contaminar, tan transparente que verás muchos peces confidentes que se te acercarán. Aquí, la flora y la fauna tienen protección segura y tutela. La playa está salpicada de algunas rocas y rodeada de frondosos arbustos mediterráneos, cuyos colores y aromas caracterizan todo el litoral del parque nacional.
Cala Sabina se llega por mar, según indicaciones y permisos del ente que controla el parque, y por tierra, a lo largo del sendero que sube hacia el norte de Cala d’Oliva. En primer lugar, te sentirás atraído por las dos playas igualmente bellas cercanas al pequeño pueblo y por el pueblo mismo, en un tiempo habitado por las familias que fundaron Stintino (1885), luego dirección de los distritos penitenciarios -a pocos pasos del búnker- y la residencia isleña de los jueces Falcone y Borsellino, hoy sede del Observatorio Botánico.
En tu visita a la isla dentro de la isla, se te presentarán otras calas imperdibles, hacia el sur encontrarás: Trabuccato, paraíso del snorkel, donde se pueden admirar raros moluscos gigantes; d'Arena, para muchos la playa más bella: arena blanca y aguas transparentes; y Sant'Andrea, arena blanca bañada por un mar turquesa, protegida al máximo y sólo visitable acompañados por guías del parque. Desde Cala Reale, en cambio, parten la mayoría de las excursiones por los senderos de Asinara, un lugar fascinante que ha resistido el paso del tiempo. Aquí, la naturaleza reina suprema y especies vegetales y animales, en otros lugares extinguidas, viven inalteradas, incluido el símbolo de la isla: el burro blanco.