El pueblo, situado entre Marmilla y Trexenta, se llamaba originalmente Mara Arbarei, que significa «el pantano de Arborea». El centro histórico se encuentra entre dos ríos, el Río Mannu y el Río Cani, que durante siglos contribuyeron a la fertilidad y riqueza de la tierra. La primera ocupación humana se remonta al tercer milenio a.C., época a la que pertenecen las numerosas hojas de obsidiana halladas en la zona. 12 nuragas atestiguan el periodo nurágico. Las necrópolis que se pueden ver en el interior de la ciudad datan de la época púnica. Pero fue durante la Edad Media cuando Villamar vivió una época de especial esplendor, primero como curatoria del Judicat d'Arborea y después, a partir de 1368, como territorio de Aragón. En 1486, el pueblo pasó a manos de la familia Aymerich, que mantuvo el señorío hasta 1839.
El pueblo, animado por los murales que decoran sus casas, cuenta con un valioso patrimonio cultural. Entre sus ocho iglesias, cuatro en el pueblo y cuatro en el campo, destaca la parroquia de San Giovanni Battista. En el altar mayor destaca un gran y rico retablo pintado en 1518 por Pietro Cavaro, el miembro más importante de la Escuela de Stampace. El corazón del centro histórico también conserva ecos de la época en que, en el siglo XVI, Villamar albergaba una importante colonia de mercaderes mallorquines en el 'Barrio Mallorquín'. Una exposición titulada «En la ruta del trigo» está dedicada a esta época en la antigua biblioteca municipal.
El encanto de una cultura cuya riqueza procede de la mezcla y fusión de pueblos se aprecia en el barrio mallorquín, recuerdo de su pasado hispano, en los modernos murales creados por exiliados chilenos, y también en la expresión artística local, cuya arquitectura y obras nunca se alejan de la cultura hispana manteniendo su propia identidad. Todo ello enmarcado por las suaves colinas de La Marmilla.