Una luz guía mantiene los navegantes nocturnos lejos de las costas, y les indica el confín extremo entre la tierra y el mar. Por el día, sin embargo, cuando el faro está apagado, resplandece la belleza de los paisajes remotos y salvajes. Los faros de Cerdeña, erigidos sobre promontorios, lejos de todo y en islas deshabitadas, son distinguidos testigos solitarios de los cuentos de mar. Vigilantes sobre aguas con colores brillantes, donde el aire sabe a sal y huele a mediterráneo; y con el incesante ruido de las olas que chocan contra los arrecifes. Traslucen las emociones y los sentimientos de la vida intensa de sus guardianes de ayer y hoy. Describen los rescates milagrosos y los naufragios de embarcaciones absorbidas por las olas, como en la isla Mangiabarche, a pocos metros de la costa de Calasetta, en la Isla de Sant’Antioco, cuyo nombre se deriva de la fama por ser con frecuencia la desventura para marineros y navegantes. No muy lejos, en la Isla de San Pietro, en Capo Sandalo, se erige sobre un acantilado de arrecifes el faro más occidental de Italia, construido en 1864. Desde su cima, a una altura de 124 escalones de caracol, emite 4 luces resplandecientes que llegan a alcanzar una distancia de 24 millas.
La vida solitaria en los faros se convertía en una tragedia cuando las tormentas interminables aislaban del mundo las islas donde vivían los fareros con sus familias. Muy cercanas al suelo firme, pero sin embargo tan lejanas para la espera de las ayudas que no llegaban. Así ocurría con frecuencia en la Isla dei Cavoli (Isla de las coles), a poca distancia de Villasimius. Las familias extenuadas y los guardianes de faros naufragados en el intento extremo de huir hoy en día son solo un recuerdo. Actualmente, en el faro dei Cavoli, se encuentra establecido el centro de investigación biológica del área protegida de Capo Carbonara y es uno de los lugares más visitados del parque marino. Construido a mitad del siglo XIX, el faro ha englobado una torre española de finales del siglo XVI. Las paredes externas están revestidas con un mosaico de pequeños azulejos blancos y con colores que van del tono azul al violeta. Subiendo el litoral oriental encontrarás la maravillosa e infinita superficie de arena Costa Rei, que termina al norte con el promontorio Capo Ferrato. A sus pies deliciosas caletas, y en la cima, al final de un sendero por el bosque mediterráneo, una sugestiva torre-faro alta once metros. Aún en la costa este, atravesando el golfo de Orosei, en Siniscola descubrirás otro faro legendario, que desde el 1903 se erige en el extremo oriental de la maravillosa playa Capo Comino.
En el decano de los faros de Cerdeña, en Razzoli, la isla más septentrional del parque del archipiélago de la Maddalena, los guardianes vivían como eremitas. El gran faro de vigilancia de las tormentosas Bocche di Bonifacio (Bocas de Bonifacio) requería el trabajo de tres fareros, que vivían aquí con sus familias compartiendo todo lo que poseían, inclusive la educación de los hijos. Sus maestros ‘trasladaban’ a suelo firme la experiencia de niños y adolescentes que se convertían en adultos en una pequeña isla expuesta a la intemperie. Emociones vividas al confín del mundo, las mismas que todavía pueden percibirse visitando otros (ex) faros del archipiélago y de la costa enfrente a punta Filetto y la vigía de Marginetto en La Maddalena; el faro de Capo d’Orso (Cabo del Oso) en Palau, las estaciones de señalización de Capo Ferro en Porto Cervo y de punta Falcone en Santa Teresa Gallura, donde además sobresale la magia del faro de Capo Testa, meta romántica y refugio para la meditación, referencia para quien navega (desde 1845) y para aquellos que buscan un lugar íntimo en la tierra. En Gallura, en el Golfo Aranci, un sendero hasta la cima de Capo Figari lleva al semáforo de la Marina Militar concluido en 1890, y que se hizo famoso gracias a Guglielmo Marconi quien hizo instalar un sistema radio de onda corta (en aquel entonces) revolucionario.
Soledad y silencio. La península del Sinis ‘habla’ a través de las señales de la naturaleza y de la historia antigua. Se desplaza sobre la tierra y el mar desde el faro de capo Mannu al de capo San Marco, al cual accederás a pie recorriendo un sendero que pasa por las ruinas de Tharros. Los dos extremos delimitan el paraíso del área marina protegida del Sinis, que nos ha llegado intacto: dunas de arena, maravillosos acantilados, playas de cristales de cuarzo, oasis naturales habitados por una fauna rara y, que se extiende por doquier, testimonios de las civilizaciones y culturas nurágicas, fenicio-púnicas y romanas. Es una franja de tierra extraordinaria, como la viuda del guardián del faro de capo San Marco. El amor por el marido y la pasión por su oficio la llevaron a convertirse en farera y a criar a sus hijos en el faro. Hoy en día, uno de ellos es el último guardián. En el extremo sur de Cerdeña se encuentra uno de los faros de isla más antiguos, construido en 1850: el faro de Sant’Elia, en proximidad de la bahía de Calamosca. Un edificio de dos pisos con una torre cilíndrica de rayas blancas y negras. Su luz alcanza las 21 millas, y guía el recorrido de los barcos y embarcaciones en el golfo degli Angeli (Golfo de los Ángeles). Este faro es también el vigilante de un ‘museo bajo las estrellas’: en pocos kilómetros cuadrados se concentran cisternas romanas, antiguos mosaicos, escalones tallados en la roca y una domus de Janas modificada para uso habitacional.
Contemplación, inquietud, sugestión, maravilla. Es el parque dell’Asinara (de Asinara). Como en cada isla, no puede faltar un faro como punto de referencia, se erige solitario en su extremo septentrional. Punta Scorno, hasta el nombre resulta un poco siniestro. Mar abierto, lugar expuesto a las borrascas. Una torre cilíndrica de tres pisos, alta 35 metros y perteneciente a la mitad del siglo XIX, domina desde lo alto la ‘tabla’ de colores azul, celeste, turquesa y verde, y que muy pocas veces está en calma. Infinidad de historias sobre el faro: una muy conocida es la historia de las tres hermanas Vitello, hijas de un farero. Una noche de septiembre del 1953 rescataron tres náufragos en un pequeño bote. Esta acción valerosa les otorgó la medalla de bronce del valor de la Marina, las únicas mujeres en recibir dicha condecoración. En 1977 el último farero cerró definitivamente la puerta de madera del faro. Desde entonces ha sido automatizado, y desde siempre ha sido el testigo del completo aislamiento dell’Asinara. Antes de convertirse en parque fue un lazareto, una colonia penal, refugio de guerra, cárcel de máxima seguridad, la Alcatraz italiana. Durante decenios, la vida de los fareros, en el burgo de Cala d’Oliva, iba de la mano con la de las guardias carcelarias y los presos. Uno de estos, durante el día, había sido confiado como ayudante del farero jefe, y vivía en semilibertad con la familia de los fareros.