Ambientes naturales imponentes y vistas de un encanto incontenible, pero lo que hace único al archipiélago de La Maddalena es que cada una de las islas que lo componen tiene su propio aire, su propia atmósfera. Están las delicadas para mirar de lejos, las íntimas en las que te puedes sentir un poco héroe, las brillantes para vivir día y noche, las angulosas en las que la historia y los temporales de mar han tenido una mano dura, las caribeñas que el mundo envidia. Aunque algunas islas son muy pequeñas y están deshabitadas, seducen como ningún otro lugar, entre estas pequeñas tierras se concentra todo "el carisma y el misterio sintomático" heredado de la madre Cerdeña. Como ella, también las islas han sido habitadas desde el inicio, en los albores de la historia pasaba por aquí la "ruta de la obsidiana" y, hasta la decadencia del Imperio Romano, el granito de Gallura. Quedaron abandonadas durante mucho tiempo, los monjes llegaron en la Edad Media, luego poco a poco se unieron familias de pastores de Córcega y pescadores de Ponza, a partir de ahí comenzó una nueva historia de hombres y mujeres con el mar en el corazón, ellos han hecho grande la comunidad asentada en La Maddalena y siempre defendió y nunca violó la islas del archipiélago, que han llegado hasta nosotros con la misteriosa virginidad de los lugares apenas tocados.