Desde el mar, un príncipe ismaelita atraca por casualidad en la ría natural de Porto Cervo y se queda embrujado. Eran los años sesenta y fue un amor a primera vista entre Karim Aga Khan IV, príncipe árabe e imán musulmán, y un tramo de Cerdeña salvaje y bellísimo, un diamante bruto envuelto por los perfumes de la maquia mediterránea, que desde las montañas desciende hacia el mar enmarcando playas paradisíacas. Su playa preferida se convierte en la playa del Príncipe, un arco de arena blanca rodeado por un espectacular escenario natural sobre el fondo de una profunda ensenada, protegida por un promontorio de granito rosa. Exclusiva por su belleza, pero abierta a todos: con un paseo de pocos minutos se llega al corazón verde, rosa, turquesa y marino de la Costa Esmeralda, como el príncipe rebautizó a esta parte de la Gallura.
Tras su llegada, arquitectos y artistas ‘piensan’ el estilo de la Costa Esmeralda inspirándose en los pequeños pueblos sardos, desde los stazzi, casas rurales típicas, hasta los pinnettos, majadas de los pastores, pasando por los nuragas y las domus de Janas, las famosas tumbas prenurágicas. Enseguida captan la perfecta armonía entre la digna simplicidad de las construcciones arcaicas y tradicionales y la salvaje naturaleza que las rodea. Observan la ausencia de líneas rectas, las paredes que no están en escuadra, los pilares irregulares, la piedra seca y los materiales naturales usados: vigas de troncos de enebros, soleras de cañas trenzadas, revoques amasados con granito molido y coloreados con pigmentos naturales.
Complejos hoteleros fabulosos y casas mimetizadas en la maquia mediterránea y entre las rocas. La arquitectura de la Costa Esmeralda reelabora los elementos de la cultura local y utiliza, en sus decoraciones, los colores de los trajes tradicionales y de los diseños de las telas. Los geniales arquitectos, junto a los artesanos sardos del hierro, la madera y la piedra, crean un estilo simple y refinado: no violan la naturaleza solitaria y silenciosa, sino que la respetan y, a cambio, construyen edificios a disposición de todos, como la iglesia de Stella Maris con vistas al antiguo puerto de Porto Cervo.
La relación entre Cerdeña y los grandes arquitectos del príncipe fue para siempre: muchos no se fueron, sino que decidieron quedarse a vivir aquí. Algunos rindieron homenaje a la isla creando otras obras maestras, como el convento para las monjas carmelitas que se quedaron sin casa; el gran arquitecto surrealista Savin Couelle, conmovido por el llamamiento urgente de las monjas de clausura, quiso realizar un proyecto para el nuevo edificio construido en la colina, con vistas a Nuoro. Definido “maravilloso milagro de la divina Providencia”, es un lugar de plegaria y recogimiento, donde los cantos resuenan en la lejanía.